sábado, 8 de marzo de 2008

¿Quién diablos pregunta "quién quiere estudiar filosofía en la UNAM"?

(La nota original se encuentra en: http://www.milenio.com/mexico/milenio/firma.php?id=601786)

¿Quién quiere estudiar filosofía en la UNAM? La respuesta, a mi juicio, sería: todos aquellos que desean adquirir una dimensión más profunda de su entorno; un conocimiento más amplio de cualquier situación, problema o contexto en todas las áreas científicas y teórico-disciplinarias; en pocas palabras, ser capaces de derivar su pensamiento y su percepción respecto del mundo hacia "ideas claras y distintas", parafraseando a Descartes. Me parece un caso muy triste que, aun cuando no soy la primera persona que expresa esta opinión sobre por qué estudiar filosofía, y aun cuando estoy hablando cien por ciento en español, Carlos Mota no posea el nivel intelectual adecuado para llegar a la comprensión de los motivos mencionados. Y me parece triste porque no es un caso aislado; en ocasiones, creo, tiende a empalmarse con una opinión general de la población.

¿Por qué lo digo? Desde luego que Unilever, Nokia, Sony o Cemex podrían contratar licenciados en filosofía y/o letras, pues aunque su formación profesional no se relaciona directamente con procesos de producción, son perfectamente capaces de auxiliar en procesos de investigación, análisis y desarrollo de estrategias, además de ser especialistas en el uso de la lengua y el lenguaje, lo que en cualquier área del conocimiento implica una ventaja muy importante. Sin embargo, los departamentos de recursos humanos de la empresas -y representada por Carlos Mota, la masa falta de información- se quedan con la primera parte del argumento (los filósofos no participan en el proceso de producción), el cual en sus mentes adquiere la orientación de prejuicio en proporción a su ignorancia sobre la materia filosófica.

Retomando al autor de la columna Cubículo estratégico, resulta curioso que no mencione en qué auditorio de la UNAM dictó su conferencia, aunque al principio de su ¿crítica? cite directamente a la Facultad de Filosofía y Letras, y a la de Ciencias Políticas y Sociales. Quizá estaba en la Facultad de Medicina, o en alguna otra no relacionada con las empresas o los negocios, aun sin percatarse. Eso podría ser una explicación a la indiferencia que le demostró su auditorio, la cual soberbiamente atribuyó a una falta de comprensión por parte de los alumnos. Claro, no es que no les interese en lo más mínimo mi plática, ni que les parezca más efectiva que un somnífero. Con seguridad -dado que soy inteligente y ellos no, y por eso les hablo en folclórico (un lenguaje que reconocen)- no están entendiendo nada.

Me parece también deplorable, aparte de la ignorancia, incomprensión y soberbia de las que hace gala Carlos Mota, el que no se haya tomado la molestia de averiguar -supongo que es periodista- la trayectoria de cuando menos algunos de los egresados de "esas facultades", con lo cual hubiera podido comprobar que muchos son destacados miembros de la academia, escritores reconocidos y aun empresarios o integrantes de empresas, con amplia competencia en el mercado laboral (hubiera bastado una vuelta por lo obvio: el sector editorial).

Ahora bien, ¿qué le hace pensar que existe algún tipo de adoctrinamiento por parte de "esas facultades" hacia sus estudiantes? ¿Conoce sus programas de estudio? ¿Está familiarizado con los textos y la bibliografía que se le asigna a los alumnos de "esas facultades", como para presumir que se les inculca una doctrina determinada? ¿O sólo lo dice porque en muchos casos los estudiantes de humanidades y artes desarrollan una mayor conciencia social que los demás, en cuyo caso también son catalogados por medio de prejuicios?

Continúa Mota su artículo aduciendo que el problema no está en la disciplina, sino en la "intención profesional" con la que egresan los alumnos, lo cual es apenas una generalización sin sustento. Dice que "quieren romper el mundo, no construirlo", frase por demás cursi dentro de la cual encasilla todas las intenciones profesionales de los egresados de Filosofía y Letras, debido a su ya mencionado prejuicio respecto de la conciencia social. Tomemos mi caso, por ejemplo. Soy licenciada en Letras Hispánicas, egresada de universidad pública, y tuve la oportunidad de cursar parte de mi carrera en la UNAM. Le aseguro al señor Mota que no soy guerrillera ni me adoctrinaron con ningún tipo de ideología. Lo que aprendí en la universidad no fue QUÉ PENSAR, sino CÓMO PENSAR, ya que el proceso opuesto nos da como resultado un artículo como el suyo.

"[...] no es común hallar un filósofo de la UNAM inserto en el mundo de los negocios". No sé en qué "mundo de los negocios" vivirá el señor Mota. Donde yo vivo, solamente he tenido competencia en el ámbito de empresas privadas (tres hasta el momento, con casi un cuarto de siglo); conozco a un doctor en filosofía que posee una microempresa dedicada al turismo, en especial a los temazcales, la cual coordina con su actividad académica. Y así pudiera darle varios ejemplos más.

En Estados Unidos los programas de estudio son distintos, y por otra parte ahí existen condiciones más favorables y equitativas para realizar un posgrado. Aquí es sumamente complicado; sin ir más lejos, ya de por sí es bajo el número de estudiantes que concluyen su carrera profesional. No se diga el número de los que se titulan y optan por una maestría y un doctorado. Esta situación tiene que ver con cuestiones políticas y socioeconómicas, pero no con planes de estudio o "intenciones profesionales". La situación política en México siempre ha tenido más nudos que la estadunidense: más guerras civiles aquí que allá, más problemas sociales, etc. La economía de un tiempo para acá -todos lo sabemos- ha venido decreciendo, y las condiciones de injusticia social se han agravado. Por tanto, es lógico que, habiendo desarrollado una perspectiva más profunda de estos problemas, los egresados de carreras humanísticas y estudios sociales tengan intenciones de participar en su solución, y no tanto de dedicarse a los negocios en un lugar donde prácticamente no hay condiciones para ello, o de aplicar en empresas donde se tiene el prejuicio de que no son productivos o no saben hacer negocios; en fin, que no tienen idea sobre el mundo del dinero (prejuicio que al parecer no es predominante en el vecino del norte ni en otros países). Así pues, no veo en los egresados de estas facultades intenciones destructivas, sino todo lo contrario.

¿Por qué es su destino que los exportemos a campamentos guerrilleros latinoamericanos?, se pregunta. Es un destino que él les inventa y que no tiene nada de real. Pero sí son reales sus prejuicios, y éstos sí afectan, por ejemplo, la imagen pública de una de las universidades más importantes del mundo. En Filosofía y Letras nos enseñan a liberarnos de prejuicios y dogmas, nos enseñan a valernos del raciocinio para cualquier actividad que desempeñemos. Quizá le convendría a Carlos Mota tomar algunas clases al respecto.

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