domingo, 2 de marzo de 2008

Artículo de Javier Sicilia

Publicamos este artículo de la revista Proceso, escrito después de la primera asamblea de la CND en 2006, por Javier Sicilia, literato, analista político, teólogo y católico devoto que se ha dedicado a pugnar por los valores del cristianismo originario y a denunciar las incongruencias tanto de la izquierda como de la derecha, caso este último en el que ha señalado la traición del PAN y del neoliberalismo a buena parte de las premisas éticas cristianas. Yo no soy católica, y en varios puntos no estoy de acuerdo con Sicilia (en todo caso, creo que le da demasiada importancia, como suele hacer la derecha, al personaje y su representación institucional, sin conceder que el movimiento lo formamos todos los que voluntariamente defendemos la libertad y el bien común para todos los mexicanos, y no sólo a quienes acusa de "caudillistas" y "anacrónicos" que desprecian "la verdadera democracia"). Sin embargo, considero importante su punto de vista en tanto reconocido intelectual (no del prestigio del Kikín Fonseca, debo admitir) y defensor de las causas populares más profundas. Aquí va, pues.


El equívoco

Javier Sicilia

(De Proceso, 24-SEP-06)

Es indudable que la Convención Nacional Democrática (CND), que inició simbólicamente el 16 de septiembre, fue un éxito: miles de personas se volcaron sobre el Zócalo de la Ciudad de México para refrendar su vocación democrática, es decir, su afirmación de que la democracia es el poder del pueblo, y de que ese poder resistirá cualquier intento de exclusión de los poderes del Estado.

Por desgracia, el clamor popular que en ese momento llevó a López Obrador a declararse "presidente legítimo" ha acotado el proceso o, mejor, lo ha nublado. Declarar y declararse presidente legítimo es reducir una lucha, que tiene que ver con las libertades y las autonomías, a lo que ha constituido el mal fundamental de nuestro país: el caudillismo, el presidencialismo, el voto y la elección, la administración de las instituciones que la propia CND ha puesto en duda.

Lo que ha hecho interesante la batalla de la coalición Por el Bien de Todos no ha sido su lucha por llevar a la Presidencia a Andrés Manuel, sino precisamente lo que esa primera batalla desencadenó: un movimiento verdaderamente democrático, una lucha que la propia coalición, tomando las palabras del libro de Douglas Lummis, ha llamado recientemente "democracia radical". La democracia en este sentido no es el nombre de ningún arreglo particular de instituciones políticas y económicas: no es el voto y las elecciones, no es el caudillo providencial al que un sistema corrupto despojó de la Presidencia y al que hay que llevar al poder para que una vez más termine por decepcionamos; tampoco un "sistema" y un aparato de Estado que pretenden representar la democracia, sino, como la resistencia civil --pese a sus contradicciones-- y los campamentos nos lo han demostrado, un proyecto histórico que la gente manifiesta luchando por espacios de libertad. Es la aventura de hombres y mujeres que crean con sus propias manos y sus propias iniciativas las condiciones de su libertad.

Lo que hay de fondo en la CND es eso. Sin embargo, el sueño del caudillismo --que nos ha perseguido como una larga pesadilla a lo largo de los siglos-- lo nubla. Desde el momento en que el pueblo reunido en el Zócalo elevó a rango de presidente legítimo a López Obrador, y éste, sin chistar, obnubilado por su propia imagen, lo aceptó, la democracia radical quedó oculta. En ese acto, que divide a la nación en dos repúblicas y abre la puerta a la tentación de la guerra civil, el gesto democrático de un pueblo se traiciona y la CND termina por afirmar que sólo cree en lo mismo que desprecia, en el Leviatán, en la deposición de la autonomía de cada uno a los pies del Estado, regido, en este caso, por una ideología que no es de derecha.

Pareciera que la coalición Por el Bien de Todos ha dejado de percibir algo que, durante más de tres meses de lucha y de los procesos autogestivos del zapatismo, se ha puesto de manifiesto: El poder que se ejerce en las instituciones es negativo porque despoja al pueblo de su poder. Bajo la sombra de ese "desvalor", la política deja de ser lo que debe ser --la autogestión, el servicio al bien común--, para convertirse en su contrario: la administración de la sociedad por la ley de hierro de las instituciones. Lo sabemos desde que la democracia ateniense en el siglo V antes de Cristo relocalizó de manera autoritaria y militar a los habitantes de la región de Atenas. Con ese gesto, Atenas no descubrió la democracia, como pretenden ciertos historiadores, y la democracia representativa, sino el poder esencialmente político, es decir, el poder que no se ejerce en las calles, en las casas y en las comunidades, sino en consejos especializados y exclusivos que administran la libertad y la vida de los hombres.

Pese a que la lucha popular realizada por la coalición y ahora por la CND ha puesto de manifiesto ese "desvalor", quieren hacer que López Obrador y el movimiento democrático que ha desencadenado se reduzca a un poder político representativo que, aunque se llame democrático, presupone la parálisis previa de las asociaciones "informales" y comunitarias, y el ostracismo --como ocurrió en la Atenas del siglo V antes de Cristo, y como sucede con todo poder político que se ejerce en consejos especializados y exclusivos, ajenos a la verdadera vida de la polis-- de todos aquellos que adquieran demasiada influencia fuera de los lugares exclusivamente consagrados a la política.

López Obrador y la coalición Por el Bien de Todos han ganado las calles y reconquistado la democracia en su sentido radical, pero no se han dado cuenta. En este sentido, debieran repensar su acción. Hace algunos años --lo he citado en otros artículos--, Gustavo Esteva nos contaba que en el estado de Oaxaca un gobernador de origen indio convocó a los indios para que le expresaran lo que esperaban de su gobierno. Al final, un anciano tomó el estrado y exclamó: "Queremos que usted sea para nosotros como la sombra de un árbol". Eso es lo que muchos esperamos de López Obrador. No un "presidente legítimo" que como un Juárez motorizado recorra la República exigiendo se le entregue la Presidencia que le robaron --eso es anacronismo y desprecio a la verdadera democracia--, sino un hombre que, negándose al poder y sirviendo a la democracia radical, sea un gran árbol contra la negatividad de los poderes, a cuya sombra puedan generarse más procesos autogestivos, más vida democrática y un nuevo Constituyente que permita acotar el poder político, que ha reducido la vida democrática a un puro juego de representaciones y partidos.

Limitar el poder no es, como pudieran interpretado quienes piensan que la democracia es la administración del Leviatán, un rechazo anarquista a cualquier poder político. Es --como alguna vez lo dijo Jean Robert y como lo ha demostrado la lucha de la coalición, y la del zapatismo con más clarividencia-- obligar al poder a autolimitarse para que podamos asociamos libremente y practicar la virtud del diálogo y del bien común. Es reconocer que todo el nosotros democrático se vive de manera plural y se arraiga no en las abstracciones del Estado y en las leyes de hierro de sus instituciones, sino en lugares concretos y entre personas libres que se asocian libremente.

Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el CostcoCM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.


Nada más como apéndice, pongo aquí algunos de los compromisos de Andrés Manuel López Obrador en su página del Gobierno Legítimo (tenía estos compromisos desde su campaña), que creo que un fregón como Javier Sicilia (en serio lo admiramos mucho) debería consultar alguna vez. Igual son promesas, pero podríamos darle a la izquierda que encabeza el Peje el beneficio de la duda, ¿no? Por mi parte, prefiero tener esperanza (ya tan perdida en la época posmoderna como Javier lo lamenta, y nosotros con él). Creo que lo único que puedo agradecerle al PAN es ya no tener expectativas tan altas de los políticos; y con una de las cinco promesas que hace AMLO -y que pongo aquí- cumplida, se avanzaría mucho en México.


COMPROMISOS

1. Empezaremos a pagar la deuda histórica que tenemos con las comunidades indígenas. Se combatirá la discriminación y la pobreza. Reconoceremos los derechos de los pueblos indígenas y se cumplirán los acuerdos de San Andrés Larráinzar.

17. Pondremos en marcha un programa integral de fomento agropecuario que promueva, al mismo tiempo, la economía de autoconsumo en las comunidades, la producción destinada al mercado interno y las actividades agropecuarias de exportación.

19. Buscaremos un acuerdo con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá para evitar que se aplique en 2008, como se establece en el Tratado de Libre Comercio, la libre importación de maíz y fríjol de cuyos cultivos dependen alrededor de 3 millones de familias campesinas.

26. Fortaleceremos la economía familiar. Otorgaremos créditos para el autoempleo y otras actividades productivas mediante mecanismos sencillos, no usureros ni burocráticos.

33. Respetaremos la libertad de expresión y credo religioso. Estamos a favor del diálogo, la tolerancia, la pluralidad, la equidad, la diversidad, la transparencia y los derechos humanos.

50. Como se hizo en el Distrito Federal, y llevando a cabo las reformas legales necesarias, el Presidente de la República se someterá al principio de la revocación del mandato.

Al cumplirse tres años, se hará una consulta con una sola pregunta: ¿Quieres que continúe en su cargo el Presidente de la República o que se le revoque el mandato?

El pueblo es soberano: así como otorga un mandato, puede retirarlo. El pueblo pone y el pueblo quita.


Una razón más para apoyar a los ciudadanos de izquierda libres en el 2008.

No hay comentarios: