■ Uso exculpatorio de Los Pinos
■ Dos sesiones simbólicas que dan línea
■ Congregación de lucros políticos
■ Mouriño, vocero de barandilla
Felipe Calderón ha preferido el lenguaje simbólico para demostrar respaldo a la conducta de su afectuosa hechura política, el actual secretario de gobernación. Ni una palabra ha dicho el ocupante de Los Pinos respecto de las aventuras del Señor de las Firmas pero, además de avalarlo con su silencio (que en este caso puede calificarse de cómplice, pues el propio Calderón está involucrado en los actos ilegales, y no sólo inmorales, que cometió su protegido personal y patrocinador electoral) ha utilizado el espacio emblemático del ejercicio del poder presidencialista, la residencia oficial, para dar trato de intocable al compañero de juergas políticas que hoy está en problemas a causa de la manera en que se allega fondos para pagar las cuentas de consumo de la pandilla feliz.
El primer uso exculpatorio de la fuerza inmobiliaria de Los Pinos se dio enseguida de que el apoderado legal de la Casa Mouriño había ofrecido una insustancial conferencia de prensa en el Palacio de Covián. Cual gladiador triunfante fue recibido en la residencia presidencial por el equipo íntimo del felipismo, que rodeó, saludó, abrazó, palmeó y celebró a un personaje cuyas glorias lucrativas tenían allí mismo referentes importantes. En esa misma sesión social y gastronómica con el presidente de Islandia estuvo otro notable representante de los afanes comerciales beneficiados por la cercanía con la política, el cuñado cibernéticamente impresentable Diego Hildebrando Zavala, autor técnico de una parte del fraude electoral de 2006, que ahora se siente tan política y moralmente exculpado como desde ya se considera el allí muy sonriente Mouriño. Expertos en contratismo, beneficiados del felipismo, legalmente inocentes según la interpretación de su propio jefe siempre al tanto de los asuntos de sus íntimos, Hildebrando y Juan Camilo parecían especialmente seleccionados por Calderón para decir mediante signos a los mexicanos que lo hecho por los dos negociantes está bien hecho y que ambos gozan de la sacra protección del reino de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús. Presente, como esposa de Mouriño, también estuvo María de la Luz Escalante, hija de Eduardo Escalante, el primer suegro de Campeche, que este año lleva casi 800 millones de pesos en contratos federales cuando en años recientes, siendo, sin embargo, un constructor altamente privilegiado por sus arreglos con el poder, no recibía ni una cuarta parte de esa cantidad.
El segundo golpe visual se produjo ayer cuando en la misma residencia gubernamental fueron reunidos siete de ocho gobernadores panistas, el comisionado calderónico para administrar el PAN, el presunto acusado (que con estos jolgorios ejemplares está felipescamente exonerado), y el comandante en jefe del Ejército de Salvación (de tesoros petroleros y tesoritos personales). No acudió a la pública exculpación el procurador federal de justicia, Eduardo Medina Mora (especializado también en el tema de beneficiar a parientes y amigos mediante negocios legalísimos), de tal manera que no se vio en la disyuntiva terrible de decidir entre aprehender a tanto traficante de influencias y saqueador de erarios reunidos en las dos sesiones de Los Pinos o sumarse gustosamente a la línea propiciatoria de impunidades que estaba definiendo el presidente formal.
Claro está que, encarrerado en cumplir la orden felipilla de declarar inocente al más favorito de los favoritos, el tal procurador MeMo jamás considerará que constituyen una forma de presión al sentido de la justicia los actos del agente vial 0.56 por ciento al cobijar, celebrar y políticamente exonerar a un acusado de actos ilícitos. Tanta impunidad y cinismo hay que, para informar de la reunión de ayer en Los Pinos, fueron comisionados como voceros el ultraderechista Marco Antonio Adame, de Morelos, y el acólito de Jalisco, Emilio González Márquez (a quien el pasado martes, en Guadalajara, el nuevo presidente del Centro Empresarial del Estado, Pablo Lemus, le dijo que “algunos puestos públicos (del gobierno de EGM) se otorgan dependiendo de la filiación, la amistad o el apoyo recibido en la campaña” electoral). Y, ya que de vocerías se trata, ha de mencionarse aquí la revelación del multicitado Mouriño como vocero de asuntos policiacos, al convertir el buque histórico de Gobernación en lanchita oportunista que sale a anunciar que fue detenido un narco de poca monta que formaría parte del cártel oficialmente casi en quiebra de los Arellano Félix. De presunto secretario de gobernación de una presunta presidencia de la República, a coordinador de comunicación social de la Secretaría de Seguridad Pública a cargo de Genaro García Luna. ¡Ya cayó, ya cayó (de nivel burocrático)!
En otro flanco, forcejean los lidercillos legislativos en busca de enredar lo que no tiene vuelta de hoja, es decir, que Juan Camilo Mouriño Terrazo infringió diversas disposiciones legales relacionadas con el tráfico de influencias y el conflicto de intereses (el panista Larios pide que resuelvan el caso Iván para “pasar a otros asuntos”, y panistas y priístas le hacen el vacío a Valentina Batres en tribuna). Claro que el Niño de los Ojos de Los Pinos no es, ni remotamente, el único que apuesta a la desmemoria y el cinismo: Sergio Vela, el titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, se defiende de las acusaciones por viajes despilfarradores al extranjero que no son nada frente a las pillerías y desorden cometidos por su antecesora en el cargo, Sari Bermúdez, dedicada ahora a dar lustre al monumento a la egolatría desfondada de Vicente Fox en su “Centro” guanajuatense que nuevamente es “investigado”.
Y, mientras varios lectores advierten que no es solamente Televisa la empresa que pone sus espacios aparentemente “neutros” o de frivolidades al servicio de la Compañía Hispano-Michoacana Subastadora de Tesoros de Aguas Profundas, sino que también lo ha hecho, en la misma proporción y con la misma desvergüenza, Televisión Azteca (así es que lo dicho en una primera entrega respecto de la empresa de Emilio Azcárraga ha de aplicarse de manera similar a la de Ricardo Salinas Pliego), ¡hasta mañana, con la hipocresía gringa a todo vapor en el caso de Eliot Spitzer!
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